Entre garrotes y zanahorias: Trump sacude el tablero en Latinoamérica
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El presidente de EE.UU., Donald Trump, desde su primer día en el cargo, ha firmado órdenes ejecutivas y tomado acciones concretas que marcan un cambio drástico en la política de la Casa Blanca hacia América Latina. La primera gira, todavía en curso, del secretario de Estado, Marco Rubio, está cosechando los primeros efectos de las amenazas que ha levantado el flamante mandatario.
En solo días, Trump ha reinsertado a América Latina en la agenda interna de EE.UU., una región que por muchos años había sido descuidada por Washington y que empezaba a orbitar alrededor de la creciente influencia de países como China. Ahora, sin embargo, vuelve a convertirse en objeto de preocupación neurálgica para la Administración republicana.
El nuevo inquilino de la Casa Blanca está reordenando las relaciones diplomáticas e imponiendo nuevos estilos, que abren nuevos frentes con países como Panamá, además de forzar una tensión especial en sus relaciones con sus vecinos México y Canadá.
Trump ha reinsertado a América Latina en la agenda interna de EE.UU., una región que por muchos años había sido descuidada por Washington y que empezaba a orbitar alrededor de la creciente influencia de países como China.
Lo que busca Trump, al menos en esta fase temprana de su gestión, no es solo establecer una nueva correlación de fuerzas con América Latina y recuperar el terreno perdido por la inacción, sino, sobre todo, resolver problemas domésticos que él y el conservadurismo trumpista consideran causados por los latinoamericanos: la delincuencia, el tráfico de drogas y la migración irregular.
Apenas en el arranque de su gobierno, Trump amenazó con imponer aranceles a México, Canadá y Colombia, lo que ya desvela la estrategia de fuerza en todo el continente. Ante esa movida, el resto de los gobiernos tendrá que atenerse a sus radicales consecuencias. Así, Trump saca el «garrote«, pero también ofrece algunas «zanahorias».
Durante la primera visita del secretario de Estado, Marco Rubio, a Panamá, se evidenciaron los efectos del chantaje de Trump con la hipotética reocupación militar del Canal. Como resultado, el presidente panameño, José Mulino, anunció que no renovaría el memorándum de la Ruta de la Seda con China y que trabajaría en «priorizar» los buques estadounidenses en su paso por la vía interoceánica.
Días antes, el magnate había ordenado sanciones y aranceles a Colombia por el caso de los aviones devueltos por Bogotá. No podía permitir que obstaculizaran el flujo de su política antimigratoria y subió la apuesta, amenazando con colocar al país sudamericano en una «zona de sombra», fijando aranceles, sancionando funcionarios y eliminando visas, decisiones que luego retiró.
La necesidad del pragmatismo
Como Trump no quiere una guerra ideológica, al menos por ahora, no ha optado por un tono altisonante con Venezuela porque sabe que necesita respuestas favorables para llevar a cabo su política. Para lograrlo, pasa del garrote a la diplomacia.
En esa línea, el republicano ha diseñado una oficina especial que, de facto, le resta capacidad de maniobra a Rubio para ejecutar políticas con Venezuela. El viernes pasado, envió a un representante directo desde su despacho, Richard Grenell, para negociar con el presidente venezolano, Nicolás Maduro, y consiguió frutos tempranos, estableciendo conversaciones con viejos enemigos y ofreciendo una «gran zanahoria»: la renovación automática de la licencia a Chevron para operar en el país suramericano.
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El giro pragmático, que significa un cambio de 180 grados respecto a su primera gestión, ha supuesto la ruptura de su alianza con la oposición venezolana. Esto no solo es un problema político o geopolítico, sino una afrenta contra importantes funcionarios de su propio gabinete, que, de haber estado en la oposición, se habrían resistido contundentemente a la visita de Grenell a Miraflores.
Algunas señales de este cambio ya se habían dado cuando Trump no recibió al excandidato opositor venezolano Edmundo González, a quien algunos sectores pedían que reconociera como «presidente», tal como lo hizo Washington en 2019 con Juan Guaidó.
Además, Trump está tomando medidas contra los migrantes venezolanos, revocando el estatus de protección que EE.UU. les había otorgado. Es decir, no solo ha desconocido a la dirigencia opositora proestadounidense, que en principio pierde con el escándalo de la USAID (habrá que ver qué hace ahora Rubio con ese músculo financiero), sino que también ignora sus bases de apoyo, forjadas en el proceso migratorio que, en su momento, llamaron «la diáspora».
Todas las líneas hacia un objetivo
El principal objetivo de Trump es generar la percepción de que está enfrentando con determinación el problema migratorio y que los gobiernos de América Latina están aceptando sus deportaciones masivas, por las buenas o por las malas. Pero también está reconociendo a los gobiernos con los que debe sentarse, como Venezuela, si no quiere que se le empantane la consecución de su principal oferta electoral. Actúa pragmáticamente y consigue resultados, aprovechando este momento de «fulgor trumpista», que emana desde Washington.
Trump solo ha desconocido a la dirigencia opositora proestadounidense, que en principio pierde con el escándalo de la USAID, sino que también ignora sus bases de apoyo, forjadas en el proceso migratorio que, en su momento, llamaron «la diáspora».
Si bien las declaraciones de Trump han generado estupor e incertidumbre, también es cierto que los gobiernos latinoamericanos, incluso los de izquierda, no han logrado articular una respuesta unificada ante esta nueva etapa que comienza. Apenas asumió el cargo y empezó a ejecutar su dura política antiinmigración, los países afectados han respondido de manera dispar, sin una estrategia común, lo que deja la cancha abierta para que el republicano los enfrente con claras ventajas.
Desde imponer aranceles a Colombia y México; doblarle el brazo al presidente panameño, que ha tenido que desdecirse sobre las inversiones chinas; disponer de cárceles en Guantánamo y El Salvador como grandes centros de detención de migrantes; hasta sentarse con Maduro, todas las líneas van en la misma dirección: apuntalar el relato de que está dispuesto a cumplir sus objetivos por cualquier medio.
En todos los frentes que ha abierto en sus primeras semanas de gobierno, Trump ha sabido jugar con las tensiones para luego relajar las posturas, con el fin de negociar desde una posición de superioridad. Ha mostrado su fuerza militar, como con Panamá y México, pero finalmente ha optado por el diálogo, demostrando que sabe maniobrar con astucia.
Trump ha sabido jugar con las tensiones para luego relajar las posturas, con el fin de negociar desde una posición de superioridad. Ha mostrado su fuerza militar, como con Panamá y México, pero finalmente ha optado por el diálogo, demostrando que sabe maniobrar con astucia.
Por ahora, parece que Trump está en una escalada avasallante. Está aprovechando su ‘luna de miel’ tras asumir el poder para imponer su agenda de manera estridente y no ha encontrado reacciones firmes en su contra. Ha demostrado que, por el momento, no enfrenta un obstáculo político sólido, sino una diversidad de respuestas dispersas por parte de los gobiernos de América Latina. Ha abierto los frentes que tenía planeados y ha conseguido logros importantes, como la posibilidad de concretar sus deportaciones masivas con centros de acogida fuera de EE.UU.
También ha comenzado a erosionar la influencia de China en el canal de Panamá y ha desatado una guerra comercial con sus vecinos, con los que firmó el T-MEC en 2018. Como en aquel entonces, el mandatario estadounidense está preparando el terreno para negociar con la mayor fuerza posible y con una agenda preestablecida: migración y fentanilo.
La administración Trump ha diseñado, en apenas dos semanas, un nuevo mapa de las relaciones con América Latina. Ha ignorado las tensiones tradicionales con sus históricos enemigos y ha abierto nuevas. Está atemorizando a los gobiernos de la región con medidas contundentes si intentan desafiarlo y ha cumplido sus amenazas.
Todo esto representa un nuevo tablero y una nueva forma de relacionarse con América Latina. Podrá cambiar en el futuro, pero, por ahora, eso es lo que marca la pauta.
Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.
fuente: https://actualidad.rt.com/opinion/ociel-ali-lopez/539389-garrotes-zanahorias-trump-latinoamerica